La ira se consumía por momentos, las ganas de decirte todo
lo que me hacías sentir, el dolor que me llegabas a provocar con palabras y
hechos que hacían tu existencia dañina para el mismísimo ocaso.
Estás ebrio, tus palabras son hirientes… empezaste a tirar
todo lo que se interponía por tu camino, tus gritos parecían destruir los
pilares de aquella casa. Yo tan solo quería salir de allí y dejar de sentir lo
que presagiaba tu talante.
Me cercaste contra la pared de nuestra habitación donde había
intentando encerrarme y que de un fuerte golpe evitaste, tus ojos inyectados en
odio ya no me asustaban y lo sabías haciendo ello eco de tu inquina al golpear
fuertemente tu puño sobre la pared al lado de mi rostro.
Mis ojos se cerraron instintivamente. Gritabas una y otra
vez que los abriera, que te mirara a la cara. En el aire se podía respirar la
resignación que sentías, me abrazaste y, lo que pude percibir como lágrimas,
comenzaste a pedirme perdón.
Abrí mis ojos y me separé de ti, no saldría palabra alguna
de mi boca, no esta vez. Ya no caería en el error de dejar al azar mi vida
corriendo por tus miedos y desesperación. Cogiste fuertemente mi brazo y me
giraste con brusquedad provocando por inercia que golpeara fuertemente tu cara.
La cólera empezaba a apoderarse de mi interior y no quería enfrentarme a tu
demonio de nuevo pero para mi sorpresa me cogiste de ambos brazos dejándome sin
opción a huida posible, descifrabas con facilidad que aquello enervaba mi
paciencia. De nuevo empezaron a manifestarse palabras de disculpa por tus actos
que envenenaban el oxígeno que en aquel instante se hallaba presente, y por más
que intentaba zafarme de tus fuertes brazos no dejabas libertad alguna a mi
deseo.
Tus labios contactaron con los míos de forma repentina,
queriendo indultar tus actos, pretendiendo un olvido con ello. Mi razón ya
tenía sentenciada la disputa pero mi fuerte deseo por todo lo que me hacías
vibrar me hacía perder el control por escasos momentos. Tus manos se colaron
por debajo de mi camiseta y mi cuerpo reaccionó al instante queriendo devorar
el tuyo en aquel preciso segundo… pero ya era tarde, ya no más, nunca más.
Mordí fuerte tu labio y soltaste tus brazos palpando la sangre
que brotaba labio abajo y mi cuerpo cayó pared abajo arrastrándose junto a él
la decepción de la situación, la frustración constante de tener que aguantar
día a día tus promesas incumplidas. Te vi sentarte encima de la cama, con las
manos aferradas a tu cabeza sin dejar de susurrar que no me fuera, que me
quedara allí contigo, que no te dejara solo o enloquecerías.
Las noches eran pura agonía por sentirte tan cerca y a la
vez tan lejos pero esta vez sería mi último beso, mi definitivo adiós… porque
aunque fueras el único al que este maldito corazón se aferró, serías el último
al que permitiría romperlo de esta manera. Ambos lo sabíamos, merecía algo más
y la única manera era esta.
Tus golpes no te enorgullecían y al paso del tiempo con
besos creías poder silenciar el dolor que me hacías sentir y sin embargo
hallaste la respuesta a todo aquello: la realidad de tu soledad.
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